Llega temprano, jamás se le ha visto atrasado. Entra raudo, el trabajo no puede esperar.
Como siempre, impecable. Traje italiano de corte perfecto, zapatos brillantes, ni un pelo fuera de su lugar. La argolla brillando en las manos cuidadas.
No saluda a nadie al pasar, se limita a sonreír manteniendo fija la mirada hacia adelante.
Pide el primero de la mañana. " Ana María, un cafecito, por favor". Entonces, empieza la rutina; dos de café, una sacarina, el agua bien hirviendo. Una galletita nunca está de más.
La angustia crece con cada paso que doy. Voy pasando entre los escritorios de mis compañeras, las murmuraciones se suceden. Algunas miran con pena, como si quisieran evitarme el trance; otras, con odio, quisieran estar en mi lugar, ¡ y yo que daría por poder cedérselos! Los compañeros son más evidentes, la lujuria que sale de sus ojos es prácticamente palpable, conocen la rutina, y por eso no ha faltado el que ha querido hacérmelo saber en la fotocopiadora entre susurros. Cada mañana, cada tarde... cada noche, los cafecitos para el jefe se repiten.
Ya estoy frente a la puerta, siento que me fatigo, las piernas me tiritan, las manos me sudan, los ojos están nublados. Pienso en Carlos, en los niños, en la casa que nos vamos a comprar a fin de año. Ha sido el sueño de nuestras vidas, incluso desde que pololeábamos, la casa propia... qué fácil sería que todo se viniera abajo ahora.
Toco la puerta despacito, ojalá no me escuchara y yo pudiera devolverme; regresar, sentarme en mi en mi escritorio y respirar profundo, sintiendo que por esta vez, el café se heló...
Me escuchó, aclara su garganta y oigo: "Adelante, Ana". Abro la puerta, quiero llorar. Me asomo apenas, siento desfallecer. Me hace una seña con la mano, quiero correr.
Habla por teléfono con su señora, una mujer extraorinaria, siempre nos ha regalado la ropa que le queda chica a sus niños. Ella ha puesto el pie para la casa con que soñamos, su marido... el resto.
Alcanzo a ver las fotos de sus hijos sobre el escritorio, el menor en su primer día de clases, la mayor con la madre en Europa.
Ya estoy dentro, la puerta que se cierra tras de mí.
Dos de café, una sacarina, el agua bien hirviendo.